La Reserva de la Biosfera de Gran Canaria rescata del olvido el protagonismo de las mujeres para mantener el territorio y su singular modo de vida

22 abr 2022

Un estudio con una mirada diferente, basada en testimonios personales, y un cortometraje documental impulsados por la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria, arrojan luz sobre el papel esencial de las mujeres en los sectores forestal y ambiental del espacio, además de en la preservación de los singulares valores culturales y sociales del área amparada por la Unesco.

El desconocimiento y la invisibilización colectiva de la importancia de esta labor motivaron el proyecto ‘Miradas y experiencias vitales en los ámbitos forestal y ambiental de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria’, con una veintena de entrevistas y encuentros que ofrecen una visión de un universo femenino que abarca desde técnicas de incendios a biólogas, pasando por mujeres inmersas desde su niñez en los saberes propios de una vida íntimamente vinculada a la naturaleza y las tradiciones.

Además, el proceso alumbró un emotivo trabajo audiovisual titulado ‘La savia de las mujeres. Vidas que siembran isla’, con testimonios de varias de estas personas que dan cuerpo y alma a la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria. El cortometraje ya puede ser visualizado en su canal de Youtube en el enlace https://bit.ly/3rGZV86.

El trabajo realizado por la sociedad cooperativa Teyra y la colaboración de Lagarta Comunicación, huye de folclorismos y visiones románticas para poner el foco en la naturalidad y autenticidad de las experiencias de las protagonistas. Es otro de los rasgos diferenciadores de esta iniciativa financiada por el Gobierno de Canarias, organizada desde la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo a través de la Reserva de la Biosfera.

Los cuatro objetivos específicos del proyecto han sido conocer el camino vital de las mujeres ambientales y forestales, generar espacios de reflexión colectiva, abordar un análisis que entreteje sus vivencias y, por último, diseminar los resultados entre la población grancanaria, como una semilla plantada en un terreno prácticamente baldío.

Igualmente, al quitar este manto de silencio afloran aspectos que habrían pasado desapercibidos sin la lupa del estudio. Entre ellas figuran la opacidad de los trabajos feminizados, o el debate sobre los cuidados como única fórmula de sostenibilidad de la vida, así como la necesidad de superar la mirada productivista para facilitar la aparición de más perfiles de mujeres vinculados a los sectores ambiental y forestal o la descompensación a favor de los hombres en la presencia en estudios dirigidos al empleo en estos campos.

Asimismo, se han cosechado múltiples testimonios que ponen de manifiesto las dificultades encontradas para desarrollar su función por su condición de mujer, la dificultad y el coste de abrir camino o la necesidad de demostrar que se podía hacer bien el trabajo, además de invitaciones más o menos sutiles para cambiar de profesión, toparse con hombres que planteaban su negativa a trabajar con mujeres o los conflictos que surgen con el reparto de los cuidados.

Palabras que entretejen biografía y paisaje

Pero son ellas, sus biografías y sus palabras las que inundan de sentido y contenido el proyecto. Ahí está la memoria de Eleuteria, de San Pedro del Valle de Agaete, que se acuerda de subir a la Rama enlutada “como un cuervo”. También la agente de Medio Ambiente del Cabildo Sonia, criada entre habichuelas, cabras y un horno de pan en el Barranco de Guiniguada hasta que amasó una vida indisolublemente ligada al paisaje de Gran Canaria.

La maquinista y motoserrista Saray, de Juncalillo, atisba que hará frío cuando las plantas “se arrejuntan mucho”, y Alicia, nacida en La Degollada de Tejeda, ha convertido en profesión su temprano contacto con las simientes de la Cumbre, mientras que Pino, del Grupo Presa de incendios forestales, afirma que “tendría que escribir un poema” para poner palabras a lo que siente en la montaña.

La ingeniera forestal Ana ha transformado la Reserva de la Biosfera en “aula” abierta a los grupos de escolares, mientras que la brigada forestal Asu, que se asomó al mundo por Fontanales, tiene claro el eje de sus días: “Mi lucha como persona hace que esté donde estoy”. Cada palabra recogida en el estudio entreteje la relación entre vida y territorio. Como las de la peona forestal Victoria, que presume de que “el oficinista no tiene las vistas” que se despliegan ante ella a diario.

“Yo he visto veterinarias fortísimas lidiando con un caballo o una vaca, igual que un hombre. O mujeres motoserristas. Y eso sería bueno que se viera, porque en los centros educativos no se promueve”, subraya la profesora de FP en San Mateo Lorena, veterinaria especializada en Sanidad Animal con la tesis sobre el sistema inmune de los peces y que ha terminado entre medianías y cumbres, demostrando que cualquier rumbo es posible.

Más alto todavía, literalmente desde el cielo, la piloto de helicóptero Marlene enfatiza que su mayor satisfacción es la sensación de ayudar a las personas frente a los incendios forestales.

A Carmen los días se le hacen cortos entre cabras y gallinas en El Juncal de Tejeda, el trasiego al barranco para cortar comida para los animales y atender la casa rural. En el mismo lugar, la joven Carla apunta que las “nuevas tecnologías permiten otras fórmulas” para no tener que abandonar las áreas rurales.

La técnica forestal Cristo Santana metía a sus hijas a las cinco de la mañana “en un saco” para dejarlas en casa de su madre, medio dormidas. Ely, de Las Lagunetas, se formó en las primeras escuelas taller de viverismo, trabaja en el vivero de la Finca de Osorio y todavía se emociona porque “una planta va creando un bosque”. Y Cruz, operaria medioambiental de Fagagesto, recuerda a las mujeres que “cogían la hierba y la leña” y con sus saberes “cuidaban el bosque”.

“Este paisaje me da fuerza”, proclama Eneida, con una energía que también irradia en la fotografía recogida en el documento final del proyecto. Isabel anda concentrada en transmitir los beneficios del bicácaro y la bióloga orotavense que también responde al nombre de Isabel sigue enamorada de los paisajes de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria desde que profundizó en ella para estudiar la palmera canaria.

El punto y seguido lo escribe Pinito, que ha cargado “manás” de pinocha a la espalda, atadas a la frente con un cabestro, recorriendo las veredas entre Cortadores y la presa de Las Niñas. Trabajó junto a su marido en la de Soria. A él le pagaban como guardián. A ella no, aunque hacía un poco de todo. También debía parecerles invisible entonces.

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